No hay árbol bueno, no hay árbol
malo. Las etiquetas de bondad o maldad tienen poco sentido fuera de los seres humanos. Tampoco tiene, ni debería tener, ningún
matiz xenófobo la calificación de exótica o alóctona, ambas
califican la procedencia de una especie por causas humanas. Así, recientemente
asistimos al establecimiento en la Península Ibérica de varias
especies de origen africano como vencejo moro , el camachuelo trompetero, etc.; animales que han llegado por sus propios
medios y se han establecido porque han encontrado condiciones
favorables. De ningún modo estas especies pueden calificarse como
exóticas o alóctonas. De igual modo, el piscardo, siendo un pez con
poblaciones en España se califica como exótico porque su
introducción en la cabecera del Guadalquivir responde a causas humanas.
Como regla general, las especies
exóticas tienen poco que hacer respecto a las especies autóctonas
porque las segundas llevan miles de años interactuando con el
resto de seres vivos y el entorno, y la especie exótica no encuentra un "hueco"
en el ecosistema para desarrollarse. Pero a veces ocurre que una
especie exótica es capaz de establecerse e incluso proliferar más
que las especies autóctonas y entonces a esa planta se le califica
como especie exótica invasora.
Los eucaliptos es un género de plantas
muy extendido en Oceanía, se contabilizan cerca de 700 especies en
las que se incluyen tanto árboles como arbustos. Destacan por sus
gigantescas dimensiones, incluso es posible que el récord de altura entre los árboles lo
tenga un eucalipto (Eucalyptus regnans) que pudo medir 150 metros.
Los
eucaliptos empezaron a cultivarse en todas las partes del mundo,
especialmente en las zonas de climas cálidos y templados, porque dan buenos resultados en la obtención de madera y
celulosa. El problema es que esos cultivos, en muchos casos, se
realizan sin una adecuada planificación, sin valorar su impacto
ambiental y social. A ello hay que añadir su difusión a otras áreas ajenas al eucaliptal. En concreto el eucalipto rojo (Eucaliptus camaldugensis) se propaga con
facilidad en ríos, arroyos, ramblas y otras zonas húmedas de
Andalucía. Esto origina impactos en la biocenosis autóctona. Las hojas
contiene tóxicos que impiden el nacimiento de otras plantas,
envenena pequeñas charcas o arroyos con poco caudal. Su
potente sistema radicular y su alto consumo de agua propicia la
desecación de zonas húmedas reduciendo el tamaño de los acuiferos,
afectando de esta forma los manantiales y a los pocos arroyos de aguas
permanentes de las zonas bajas del sur penínsular.
A los efectos ambientales arriba descritos hay que sumarles los de carácter social. Estos eucaliptos para hacer frente al estrés hídrico desprenden
grandes ramas, la madera, muy densa, no flota por lo que
tiende acumularse y a afectar a infraestructuras como puentes al dificultar la circulación de las aguas.
Las obras de encauzamiento del
Guadalquivir a su paso por Córdoba realizadas en los inicios de este siglo tuvieron destacables aciertos pero
en algunos casos cometieron errores como el de dejar la plantación de eucaliptos que había en la orilla
izquierda aguas abajo del puente de San Rafael. La idea era que ese
eucaliptal fuera testimonio del uso que se les daba para la
fabricación de papel, obviando que otras especies de ribera como el
álamo blanco también se emplean para la fabricación de celulosa.
El problema es que los eucaliptos no se quedan "quietos",
una vez que alcanzan los ocho años de edad el eucalipto empiezan a
difundir semillas, que pueden contarse por miles en los ejemplares
más grandes, propagándose incluso a zonas bastante alejadas debido
a su pequeño tamaño. Es por ello que considero un
acierto la intervención en la isla de las Estatuas en la que se ha sustituido los
eucaliptos por álamos. Creo que, además, es urgente la realización de
estudios a nivel de cuenca de la propagación del eucalipto y su
impacto social, económico y medioambiental, para actuar lo antes posible, empezando por las zonas más sensibles.
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