Raine Maria Rike dice que nuestra
patria es la infancia, la mía son los Alpes. Por eso añoro andar
por montañas solitarias en busca del señor de las cumbres, pitchi,
copo de nieve, gavilán... que hoy se llaman quebrantahuesos, chovas,
treparriscos, armiños, perdices nivales....
La alta montaña en invierno es muy
dura, muy dura, contadas especies son capaces de hacer frente a las
poderosas ventiscas de frío y nieve. Mamíferos como las marmotas
pasan una gran parte de año invernado bajo tierra, los insectos
mueren y renacen de unos huevos que increíblemente soportaron varios
grados bajo cero, y la mayoría de las aves volaron a parajes menos
inhóspitos, como la bisbita alpino (Anthus spinoletta).
Una spinoletta cambió verdes praderas,
cruzadas por riachuelos y bordeadas por ibones, por la desembocadura
del arroyo Pedroche en el Balcón del Guadalquivir. Como la noche y
el día, como el Yin o el Yang, como la pureza o la mierda. Porque
aquí se acumula la suciedad que la ciudad aún no ha sabido ni
querido limpiar: los restos del botellón de la última o penúltima
feria, las capas de plásticos de las crecidas o los residuos que los
colectores vertieron con las lluvias.
Quizás la bisbita que ha visitado
nuestra ciudad llegó desde los Alpes, descendiente de aquellas que
entretuvieron por un instante a las auténticas Heidi y Marcos, a
niños que durante muchos días vivían, y morían, solos en las
montañas, cuidando el ganado. Niños con una vida durísima pero que
no dejaron de jugar porque así lo dicta el instinto de cachorros.
Pariente de otras bisbitas alpinas que viven en el Caucaso, en Irán,
Afganistán, Turquía... donde todavía hay Heidi y Marcos no
idealizados, que sobreviven solos, que guardan ganados.
Creo que Heidi fue un éxito en los
años setenta porque conectó con aquella generación de niños
yunteros que ya crecidos dejaron los campos para trabajar en la
ciudad y enganchó también con los hijos acunados en relatos de sus
madres, de vidas duras e intensas, que suspiraban por escaparse de
una ciudad plagada de Rotenmeier.
La foto que abre la entrada fue tomada en el Balcón del Guadalquivir por Juan Manuel Sánchez.
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