Me enamoré, me enamoré, me enamoré...
Me enamoré de la Brachythemis impartita, nunca podré olvidar aquel
encuentro a la caída de la tarde, cuando todas dormían ella se
acercó a mí alegrando aún más aquel atardecer de junio. Guardo un
entrañable recuerdo de la orilla del embalse de Puente Nuevo, ella con a sus amigas revoloteaban junto a mí, liberándome del
importuno de aquellas moscas acosadoras. Bonito recuerdo, incluso
a pesar de que no tuvo reparos en yacer con un macho que al
observar tanta algarabía femenina quiso unirse a la fiesta. No me
importa, como tampoco que vuele junto a una cabritilla, una vaca, un mandril o a un facocero, amantes ocasionales o periódicos a los que obsequia
eliminándoles molestos dípteros.
No sé que ha visto en mí, quizás el pelo rizado... recuerdos del continente del que partieron sus
ancestros, ayudados por un viento de levante, hace casi 70
años. Llegaron a esta tierra y ahora sí, a diferencias de las
anteriores, la expedición tuvo éxito, encontraron veranos más
calurosos y los inviernos suaves.
Los ajetreos de la vida nos hicieron perder el contacto, pero hace unas semanas la volví a ver, más
discreta que de costumbre, junto a las aguas del Guadalquivir, desde
entonces cada mediodía la busco junto al embarcadero, a cuarenta grados
a la sombra, memorias de África.
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