Todavía con tonos grises,
como todo ser que renace de sus cenizas, este joven flamenco descansa
junto al embarcadero. Tal vez proceda de Fuente de Piedra
o quizás de la Camarga francesa. Mucho, muchísimo más remoto es la
posibilidad de que haya viajado desde los lagos del Rift donde
millones de flamencos rosados (Phoenicopterus roseus) y enanos (Phoeniconaias minor) evocan cada año el resurgir del ave abrasada.
Si no tiene ningún contratiempo
visitará aguas poco profundas, preferentemente salobres, en las que
con su sofisticado pico removerá el limo del fondo, filtrando algas y pequeños invertebrados que forman parte de su dieta. Algunos de
estos animalitos son ricos en carotenos, gracias a ellos el plumaje,
pico y patas del ave se irá flameando alcanzado tonalidades
extremadamente bellas.
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