Seguro que muchos niños no han visto en su vida una rana salvo aquellas que están detrás de la vitrina de un terrario, mucho menos la habrán tocado y sentido una piel suave, húmeda y fría. Las ranas impresionan a los niños: estiradas tienen forma humana, les gustan imitar sus movimientos, nadando y saltando como ellas. Envidian la respiración cutánea con la que podrían pasar largos ratos sumergidos, disfrutando de esa ingravidez que proporciona el agua.
Los niños de otras épocas disfrutaban con las ranas, las encontraban en cualquier charca. A veces, desgraciadamente, las ranas terminaban siendo torturadas con juegos crueles; otras, sin embargo, eran devueltas a su medio después de un ratito de sobeteo.
También había ranas en los hospitales, metidas en grandes botes, usadas para test de embarazo y de paso aliviar el terror de los niñitos que iban a ser pinchados para no sabemos qué análisis.
La rana que vemos en el río, es la rana común, su nombre científico es Rana perezi, que podemos traducirla como rana de Pérez, que es como la conocen los ingleses, Perez's Frog. ¿Por qué López Seoane, el naturalista que la describió, le puso perezi?, ¿tal vez por algún amigo o personaje ilustre de aquella época?, o a lo mejor que el hombre tenía ganas de cachondeito y le puso un apellido común en su tierra.
Desgraciadamente los anfibios en general y nuestra rana en particular están en regresión, parece que esta clase de animales se ven muy afectados por los problemas globales que afectan nuestro medio: el cambio climático y la destrucción de la capa de ozono; a los que hay que añadirle los contaminantes químicos, introducción de especies exóticas, destrucción de hábitats, etc.
Todavía quedan ranas en el río, las de Pérez, un anuro que sólo existe en la Península Ibérica y en el Sur de Francia, un anfibio adaptado a la contaminación y a la sequía, que se resiste, a pesar de los malos tiempos que corren, a dejar en silencio las noches en la Ribera.
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