Cruzando el Puente

Hace no muchos años atravesar el Puente Romano era una odisea: un tráfico intenso lo ocupaba todo. Cientos y cientos de visitantes y personal autóctono intentaban salir ilesos en el trayecto Torre de la Calahorra-Arco del Triunfo. Una aventura que incluía equilibrio por un acerado de cuarenta centímetros, esquivar espejos retrovisores de autobuses, duelos de miradas cuando no había la gentileza, o el valor, suficiente para ceder la acera. Entornos urbanos diseñados por el III Reich, en los que no tienen cabida las personas con discapacidad, los mayores y los pequeños.
Afortunademente esto ha cambiado, primero con la peatonalización después con la remodelación. Hoy pasear por el Puente es una gozada: el conjunto monumental, el murmullo del agua, la algarabía de la colonia de garcillas, martinetes y garcetas... y, por si faltaba algo, unas aguas transparentes consecuencia de las abundantes lluvias. Un escenario que nos traslada a otro espacio, a una ciudad tomada por las flores.