Recuerdo perfectamente mi primera salida "ornitológica", una excursión del cole, acompañados por aquel maestro y hoy amigo, Julio.
Todavía cerrando los ojos soy capaz de ver aquel ratonero que volaba sobre el arroyo Pedroche o aquella pareja de cuervos que perseguían a la rapaz, el escandaloso bando de grajillas sobre la Meseta Blanca... También recuerdo la exploración que hicimos de una cueva sin ningún tipo de luz, donde ni ellas ni nosotros sabíamos muy bien lo que tocábamos... Aún no soy capaz de explicarme porqué me incliné más por la ornitología que por la espeleología.
Un día de 1992, después de haber dejado de lado la ornitología y la espeleología, y dedicado de lleno, incomprensiblemente, a la teología; vi el primer bando de grajillas (Corvus monedula) por la ciudad. Fueron a más, y colonizaron las tapias del Alcázar, los árboles de los jardines de Colón y de la Alameda, los huecos del Murallón... Cientos de ellas duermen cada noche entre las garcillas y martinetes. Ya no anidan ni en la Meseta Blanca ni en la Armenta. Pensé que estas aves se habían hecho urbanas por querer huir de las garras del águila perdicera o el búho real. Pero no es esa la realidad...
Los programas de seguimiento de aves comunes que hace SEO nos dice que hay menos grajillas, su número se ha reducido un 44% en los últimos años. Parecida suerte están corriendo codornices, alcaudones meridionales, golondrinas y un largo etcétera.
Puede que sea el abandono de las prácticas tradicionales de ganadería y agricultura, o tal vez algo más terrible y aún exactamente por determinar, pero relacionado con el empleo de insecticidas y plaguicidas.
Grajillas que mueren por la acción de un señorito Iván, entre anónimo y reconocible en las marcas comerciales de las multinacionales del veneno. Sacrificadas al Máximo Beneficio y a la Competitividad. Primicias de un holocausto al que acompañarán la Salud de Paco el Bajo y la Libertad de Azarías.
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