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sábado, 8 de septiembre de 2012

Cazamoscas

Hay muchas cosas que le indigna a mi suegro pero puestos a escoger, y sobre todo, está su desprecio y odio a las moscas, con las que libra una lucha sin cuartel.

En esa guerra abierta utiliza tres estrategias: la física, la química y la etológica. La física es bien simple, intentar arrear un buen sopapo al díptero que se acerque, estrategia que es pura reacción instintiva pero tiene importantes limitaciones ya que mi suegro se niega a usar el matamoscas, sea manual o eléctrico, porque ambos esparcen los restos del animal por toda la casa.

Para matar moscas prefiere una muerte limpia, la que proporciona el veneno. Siente una especial predilección por unos granos que mezclados con unas gotitas de agua las intoxica al instante, se prepara el mejunje y a los diez minutos... cuatro cadáveres en el cenicero

Pero a mí lo que más me fascina es como estudia al enemigo. Conoce a la perfección sus costumbres, sabe al dedillo su ritmo de actividad, el tipo de superficies en las que se posa, la dirección de los vientos que le es favorable, el umbral justo de luz en el que deja de volar, que dicho sea de paso coincide con el que  no se ve el quicio de la puerta.

Todos sus hijos han heredado su animadversión por las moscas y ha sido instruidos para acabar con ellas. "A los 32 grados desaparecen las moscas" dijo mi cuñado mientras manipulaba el termostato del aire acondicionado.

También sus hijas odian a estos insectos, porque de otra manera no me explico que mi mujer me despierte de la siesta y me ponga a cazar moscas. Las moscas son, además, el origen de nuestro amor, porque yo soy para ella su guerrero exterminador. Cuando mis hijos le pregunta "qué hizo que te enamoraras de papá", se calla un rato largo y disimuladamente cambia de tema. Yo me río socarronamente porque sé cuál es la causa de su silencio: la vergüenza de reconocer que entre los muchos motivos existentes ella se quedó con mi capacidad para coger moscas con una sola mano, al estilo Obama, con una eficacia del 70% a la altura de cualquier depredador, incluido el papamoscas cerrojillo.

El papamoscas cerrojillo... recuerdo la primera vez que mi suegro vio este pájaro. Paseábamos por La Ribera y le dije: "mira un papamoscas cerrojillo" se paró en seco y al instante cayó en la cuenta de cuál era la base de su dieta. Después vino todo un interrogatorio: ¿dónde cría?, ¿cuántos pollos saca?, ¿cuál es su abundancia?... Respondí a casi todas las preguntas, para las restantes cité obras de referencia. Aproveché la conversación para mostrarle mi gran interés por el papamoscas y que me gustaría profundizar en su conocimiento, el cuál nos podría proporcionar datos importantes con los que iniciar una nueva estratégica, la biológica. Llegué incluso a ofrecerme para estudiar bajo su patrocinio a la especie y otras similares en donde abunda, en los bosques caducifolios de Centro Europa... Si cuela, cuela. Para animarlo y como detalle le pasé una grabación con su reclamo, inmediatamente la puso de melodía en su móvil. Ese día nació, también, un aguerrido activista contra el cambio climático, no permite ni una luz encendida a destiempo. Supo que el calentamiento del planeta estaba provocando un desajuste entre la migración del ave y las orugas con las que se alimenta en primavera, circunstancia que amenaza a sus poblaciones.

Si alguna vez queréis ver el emblema viviente de la familia, el papamoscas cerrojillo, ahora es un buen momento, os recomiendo los Jardines de Miraflores, al lado del Río. A la vuelta aprovecháis para degustar los productos de la yogurtería de mi cuñado, Dam Yogurt, en la calle Ángel de Saavedra, 4. Excelente yogurt, variados sabores y ¡ni una mosca!