Pasaron las elecciones municipales y hubo partidos que ganaron, y, por supuesto, otros que salieron derrotados. La actitud de los/as cabeza de lista es bien distinta: los hay quienes quieren salvar su cuello a toda costa, están los cabeza de turco y, también, aunque pocos, los cabeza de chorlito...
Muchas aves que anidan en el suelo cuando un enemigo acecha su descendencia, aparentan ser un ave herida para que el depredador fije en ella su atención y la persiga creyendo que se trata de una pieza vulnerable, cuando el depredador está lo suficientemente lejos de la pollada lo que parecía un ser enfermizo recupera súbitamente la salud dejando al cazador como al perro de Paulov al toque de campanilla. Esa forma de actuar, sin duda, ha sido muy beneficiosa para la especie, por ello evolutivamente se ha mantenido, sin embargo, frente al ser humano, capaz de matar a distancia estas lesiones fingidas han resultado contra producentes con frecuencia al pagar con la muerte esta valiente exposición al peligro.
Chorlitos, chorlitejos, avefrías... adoptan estos comportamientos, apenas observables en estas tierras dada la predilección de este grupo de aves por los paisajes árticos. Pero siempre hay excepciones, y el chorlitejo chico (Charadrius dubius) es una de ellas. Este limícola anida preferentemente en los pedregales depositados por las corrientes fluviales. Su nido es un huequecillo entre cantos rodados en el que sus huevos pasan por una piedra más, de ellos nacen pollos nidícolas dispuestos a jugar al escondite mientras sus progenitores hacen teatro.
Es fácil detectar al chorlitejo dado su gusto por corretear en espacios libres de vegetación y emitir un reclamo característico nada más levantar vuelo, más difícil es acertar en su correcta identificación, lo normal que un limícola que corra por las orillas en el tramo medio del Guadalquivir sea o un chorlitejo chico o un andarrios chico, pero a veces surge la sorpresa en forma de: chorlitejo grande, andarrios grande, andarríos bastardo, correlimos común... y ahí está lío.
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