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lunes, 13 de octubre de 2014

Síndrome de Koro



En Miraflores, en uno de los charcos formados con las últimas lluvias, una roca verdosa me llamó la atención, enfoqué con los prismáticos, un pequeño galápago leproso se calentaba al sol.

Algo removió en mí la contemplación de la tortuguita que terminé sumido en la tristeza.

- Qué te pasa, qué te pasa-, me preguntan en el trabajo y también en mi casa.

-  Nada - Los que me conocen saben lo que me cuesta transmitir lo que vivo. Aunque a veces creo que eso se debe a mi poderosa capacidad de síntesis. Resumo un mes de vacaciones en dos palabras, “muy bien”. Antes lo hacía en tres pero ya no digo picardías.

Desde aquel día algo en mí ya no era como antes, estaba perdiendo lozanía, mi fuerza vital se iba reduciendo, acortando, cada vez más pequeña, replegándose en mi interior. Temía que un día desapareciera.

Fui al médico y me recomendó una ducha con agua muy fría  para espabilarme, la cosa empeoró… Pedí ser tratado en Salud Mental. Una psicóloga muy amable me atendió. Expuse los síntomas durante treinta largos segundos:

-         Es un típico caso, padeces el Síndrome de Koro- Diagnosticó.

Mi cara de póquer hizo que la profesional se explicara mejor.

– Koro, en Java significa “cabeza de tortuga”. También se conoce como Síndrome del pene menguante. Un efecto colateral de la sociedad falócrata en la que vivimos, el afectado cree que su miembro disminuye de tamaño, teme incluso por su vida -

Me quedé pensativo. Y dije:

-         Será cuando la tortuga tiene el cuello encogido ¿no?- 

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